Falta absoluta de perspectivas. Alquileres imposibles. Amigos en el paro, o hartos, medio locos. Sueldos de risa. Dar tumbos, parando ahora aquí ahora allá. A ver qué sale. El cuerpo como agarrotado. Horas muertas. Angustia. Facturas y reclamaciones encima de la mesa. Relaciones estancadas, sin chispa, a las que se agarra uno como a una tabla de salvación por miedo a quedarse solo. Padres repentinamente envejecidos. Rutinas. Batallas sin épica, por llegar a fin de mes. Nada estable, nada seguro. Pero tampoco nada abierto, libre, fecundo. Decididamente hermoso.
En edad de merecer, lo único que no nos merecíamos era esto.