No ser capaz de seguir el ritmo y retirarse a las seis y media de la mañana mientras los colegas, más jóvenes que tú, se van tan campantes a hacer la última a un bar birrioso no es signo de madurez. Es solo que estás reventado. Y que tienes una urgente necesidad de pillar la cama. Pero cuando piensas que no ha valido la pena ese teatro de la jocosidad y ese desgaste inútil, y que hubieras preferido quedarte en casa leyendo a Chéjov o viendo una buena peli… Ah, amigo. Eso es que ha comenzado la decadencia, o la buena vida.