La mayoría de los hechos que nos pasan y de las relaciones que entablamos se dan a un nivel tan bajo de entidad y significación que carecen casi de sustancia. Apenas dejan un rastro de nerviosismo o la huella enojosa del agotamiento. Necesitamos distinguir, concretar, asimilar, volverlo todo del revés. Pero la vida es un lapsus.