Nos juzgamos en gran medida por cómo nos juzgan los demás, y buscamos el aplauso de los que se mueven, como nosotros, según sus propios prejuicios y su cambiante escala de valores. La humildad, la sencillez y el gesto de tímida reserva parecen quedar a la sombra de la vanidad y el engreimiento. Uno ha de saber venderse. Sin embargo, poco bueno podremos hacer si no estamos en el centro de nuestras aptitudes y cualidades, en el meollo de nuestros recursos, sino girando y entrechocando unos con otros en la órbita de lo que aparentamos.