Gente enarbolando banderas de España, ayer por la noche, bailando cumbia, salsa y merengue y aplaudiendo y coreando consignas. Y un presidente del Gobierno dando un discurso tan emotivo que casi se me saltan las lágrimas. A mí este hombre me supera. Con ese donaire, esa inventiva, esa capacidad para enfrentarse a los grandes desafíos, ese extraordinario don de palabra y ese noble y valiente sentido de la equidad. Un hombre de Estado, ni más ni menos. Nuestro inefable ministro del Interior también andaba por ahí, hombre recto y juicioso, íntegro, que jamás se ha movido por el interés ni ha conocido la intriga o la maldad. La desordenada algarabía celebraba que era española y yo también me hubiera unido de buen grado a la fiesta, pues el azar ha querido que naciera en ese país. No lo hice, sin embargo, pues me pillaba un poco lejos y todo en su conjunto me daba un poco de pena, miedo y repelús.