Saborear mi pulgar

El monje Ikkyu (1394-1481) es otra de esas grandes figuras que nos ha dado el zen. Célebre por sus sonadas excentricidades y por haberse opuesto a la burocracia budista, gustaba de dirimir las diferencias teológicas en la taberna (era un bebedor consumado), y en unos famosos versos recuerda a sus simpatizantes que pueden encontrarle por las noches en el burdel. Aunque vivió como un vagabundo, fue reconocido por sus conocimientos de la cultura china y por la frescura y sinceridad de su poesía. En ella se mostraba irreverente y se reía de los que se tomaban demasiado en serio a sí mismos y se afanaban en alcanzar la iluminación. Es también preciado como calígrafo, flautista itinerante y artífice de la ceremonia del té.

No le hablamos de Buda
a las flores de primavera,
pero caen y se esparcen y
regresan al polvo.

Recitando los sutras y practicando el zazen puedes perder tu Mente Original,
en la canción solitaria de un pescador, en cambio, se halla un tesoro inestimable.
La lluvia del crepúsculo en el río, la luna atisbando desde dentro y fuera de las nubes,
elegante más que cualquier palabra, él canta sus canciones noche tras noche.

¡Al carajo la gloria, el triunfo, el dinero!
Tirado cara al cielo, saborear mi pulgar.

Los árboles están verdes,
las flores rojas.
Los árboles ya no están verdes,
las flores ya no están rojas.
¡Cuidado, cuidado!

Este último poema que os pongo lleva el provocador título de Odio el incienso:

La obra del maestro no puede ser medida
los sacerdotes, sin embargo, tratan de explicar el Camino y parlotean sobre el Zen.
A este viejo monje nunca le interesó la falsa piedad
y mi nariz se arruga por el sombrío aroma del incienso frente a Buda.

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