Muchas situaciones cotidianas me dejan en un estado ambiguo, equívoco, del que no sé si salir llorando o tronchándome de risa. Espero a ver cómo reacciona la gente a mi alrededor: están todos tan panchos. Advierto entonces que no hay motivos para las lágrimas ni para la hilaridad, por mucho que a mí todo me parezca cómico, triste, de un ridículo sonrojante teñido de inutilidad y amargura.