Algunas noches sufro de insomnio, como hoy. Son noches raras. Se han sucedido tantos hechos durante el día, me he tomado tantos cafés, se acumula tanto trabajo, las emociones han sido tan dispares y encontradas que luego no hay manera de conciliar el sueño. Está uno agotadísimo, pero con los sentidos alerta, el cerebro todavía activo y los nervios a flor de piel.
Normalmente, en noches así me levanto, me echo algo encima y me preparo una infusión. Tal vez abra un zumo, o una cerveza bien fresquita, puede que incluso me tome un whisky con hielo. Uno solo, no penséis mal. Luego me enciendo un cigarrito y miro mi casa, medio a oscuras, con una leve sensación de extrañeza. Bueno, he dicho mi casa, pero por supuesto no es mía. Estoy en ella de paso, pagando un alquiler astronómico. Pero no quiero pensar en ello. No quiero pensar en nada que tenga que ver conmigo directamente. Así que pillo el sofá y leo un rato. Ahora estoy con una pequeña biografía de Stendhal que escribió Stefan Zweig, un libro muy chulo. Pero hoy he dejado el libro sobre la mesa, he encendido el ordenador y me he puesto a escribir esto. Un poco para ejercitarme: me gusta trajinar con las palabras. Llevo un montón de años mimándolas, jugando con ellas, planteándoles preguntas. Son como cachorrillos. ¿Qué más puedo deciros? Hemos hecho muchas travesuras, hemos corrido mil aventuras juntos. Nunca sé si las llevo hacia algún sitio, o si son ellas las que me llevan a mí.