«Hablamos mucho de cambiar el mundo», me dijo una vez una persona muy lúcida y clarividente, «pero primero hemos de cambiarnos a nosotros mismos». Me pareció una reflexión de gran sabiduría, y la seguí a rajatabla. Desde entonces me he estado cambiando a mí mismo, sin parar, sin descansar ni un segundo, y ahora que no me reconoce ni Dios es de justicia, me parece a mí, que el mundo cambie también un poquito.